martes, 28 de agosto de 2012

¿Podemos nosotros erradicar la pobreza?

Desde pequeños hemos escuchado y utilizado la palabra igual. A medida que crecimos, nos la definieron como algo de la misma naturaleza, cantidad o calidad de otra cosa (RAE). Pero más de una persona, alguna vez se ha cuestionado ¿por qué si se dice que “todos somos iguales”; “todos tenemos igualdad de derechos ante la ley”, existe tanta diferencia, discriminación e injusticia en el mundo? Y hasta el día de hoy, los habitantes de este mundo que llamamos Tierra, no hemos podido dar una respuesta común a esa pregunta. Pongamos un caso en concreto: Chile. En este país, como en muchos otros, ocurre que no todas las personas tienen igualdad de oportunidades. Y de esto somos testigos en muchos ámbitos, partiendo por las denominadas “clase sociales”. En nuestro país, se podría decir que existen 3 grupos: la riqueza, la clase media y la pobreza. Y sobre esta última, hablaremos específicamente. ¿Podemos nosotros erradicar la pobreza? Para comenzar, debemos saber que pobreza es una situación o forma de vida que surge como producto de la imposibilidad de acceso o carencia de los recursos para satisfacer las necesidades físicas y psíquicas básicas humanas que inciden en un desgaste del nivel y calidad de vida de las personas. En Chile, especialmente los últimos gobiernos, han puesto énfasis en este tema. Actualmente más de dos millones de personas viven bajo la línea de la pobreza, es decir, con un ingreso menor a $64.000 mensuales. De éstas, más de 600 mil viven en la indigencia, con menos de $24.000 mensuales. Al ver estas cifras, nos damos cuenta, que viviendo en el año 2012, con los precios actuales de los alimentos, insumos básicos, servicios, etc. no se alcanza a sobrevivir con esa cantidad de dinero. Es por esto, que a partir del 1° de julio de 2011, se fijo el sueldo mínimo mensual en $182.000. Pero ni con ese sueldo, podemos comparar los estándares de vida de una persona rica con una pobre: existen muchos ceros de diferencia entre ambas clases. Desde hace años, mucha gente se ha preocupado de este sector. Un ejemplo claro es el Padre Alberto Hurtado, quien, todos los días salía en busca de estas personas para llevarlas a un lugar donde tuvieran cobijo, alimento, cariño, y fue así, como nació el Hogar de Cristo. El sueño de este Santo, era que más personas como él tuvieran la iniciativa de seguir su ejemplo. Pero cada día, las personas nos cerramos más en nosotras mismas. Creemos que la pobreza es un problema del gobierno de turno, cuando esta en cada persona poner un granito de arena para ayudar. Y hay tantas maneras de hacerlo: podríamos colaborar en el Hogar de Cristo; llevar ropa en buen estado al Hogar de Cristo; en los supermercados nos dan la opción de colaborar a alguna fundación; podemos salir a repartir comida, una noche de invierno a la gente que encontremos en la calle, etc, etc, etc. Hay mil maneras de hacerlo, sin embargo, son pocas las personas que lo hacen, y que además, lo hacen sinceramente, sin esperar algo a cambio. Al realizar una comparación personal, entre los gastos que se pueden hacer viviendo con un sueldo mínimo, y los gastos que junto a mi familia realizamos cada mes, realmente uno entra a pensar y a cuestionarse muchas cosas. Si tomo los ingresos de mi familia y nuestros gastos, me doy cuenta que podríamos mantener a 5 familias. Y si cada familia tiene en promedio 4 integrantes, se puede decir que mantendríamos a 20 personas. Y nosotros somos tan sólo 3. De ahí, viene otro cuestionamiento personal. Las personas de clase media, a medida que tienen más dinero, gastan más. Por eso ocurre que aún pudiendo mantener a 5 familias, igualmente vivimos a veces ajustados al presupuesto, igualmente tenemos deudas, igualmente tenemos problemas. Pero al ver esa realidad, uno entiende que es un pensamiento o filosofía egoísta. Uno podría aprender a gastar menos, a vivir con lo necesario, a ponerse en el lugar del otro, sin embargo, al reducir nuestros gastos y disponer del dinero para ayudar al prójimo, nos empezamos a privar quizás de una educación digna para nuestros hijos, la sociedad nos comenzaría a discriminar porque ya no somos parte de “ellos”, y esto conlleva a que se cierren muchas puertas u oportunidades para el futuro. Y son justamente estos argumentos o justificaciones, las que la sociedad utiliza de escudo para no verse comprometido efectivamente con esa parte de la sociedad que lo necesita. Pues siempre damos lo que nos sobra. Belén Pereira Herrera

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